lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuarto propósito de enmienda.

Desde hace unos años sólo tengo una pesadilla recurrente: descubrir que no he acabada la carrera. Vale que me licencié  tarde, mal y a rastras, pero me licencié y siempre he tenido documentos que lo acreditan. Pero me faltaba uno: el título universitario oficial. El que podría enmarcar, el que debería fotocopiar y compulsar, el que mi madre me rogaba cada cierto tiempo que fuese a buscar. Trece años más tarde de lo debido decidí dedicar la mañana de mi 42 cumpleaños a ir a recogerlo.


Parka, tren y walkman 
para aderezar debidamente el ritual.  

Me lo entregaron en mi propia facultad dentro de un vulgar sobre de la Universidad sujetado con tres vueltas de goma elástica porque no les quedaban tubos adecuados. La funcionaria encargada de tan importante entrega (para mí) se permitió la chanza de decirme que si hubiese ido cuando debía me habría llevado el título en un tubo. En fin…

Tras una breve visita a una foto fui a hacerme otra, no sin antes parar en una papelería a comprar un envoltorio más solemne que el sobre blanco. Mi plan era recurrir a los servicios de un fotógrafo callejero bastante mítico de la zona antigua de Santiago para inmortalizar la ocasión y terminar de conjurar la pesadilla. Al no encontrarlo en su plazoleta habitual pregunté por él en un bar y me dijeron que esos días no trabajaba porque le estaban cambiando una válvula. Mi gozo en un pozo. Mientras me alejaba cabizbajo el camarero me dijo que podía hacerme una foto dos calles más arriba en un destartalado establecimiento de fotos de carné. Le di las gracias pensando que era una opción bastante cutre comparada con la del fotógrafo callejero.  Pero fui. Y menos mal porque nada más entrar descubrí que ese buen hombre se dedica también a hacer fotomontajes digitales compostelanos: con Botafumeiro, con Apóstol, con disfraz de peregrino… todo un abanico de maravillas.

Me decidí por el Apóstol, me hizo pasar a una recámara que metía miedo y en un pispás salí de la tienda encantado de la vida.  Después de un merecido café volví a casa son la satisfacción del deber cumplido y mi madre me hizo una tortilla perfecta para celebrarlo.


 Título recogido y foto conseguida. 
Lo de las pesadillas ya veremos.